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Favaloro llevó siempre a Gimnasia en el corazón

“Gimnasia está en el único lugar posible dentro de mí: en el corazón”. La frase cierra la entrevista que el doctor René Favaloro le dio a la revista El Gráfico en 1993. Fue una de las primeras y escasas veces en las que habló extensamente de su pasión por el deporte, especialmente por el fútbol, el básquet y el tenis, tres actividades que desarrolló intensamente en distintas etapas de su vida. Y en esa ocasión dejó en claro que una de sus pasiones, más allá de su obsesión por salvar la vida de millones de personas en el mundo, era hinchar y sufrir por el Lobo platense.

Su relación con el club empezó desde pequeño ya que nació en el barrio El Mondongo, reducto “tripero” por excelencia. Creció viendo el fútbol de los años 30 y 40, en los que se destacó “El expreso”, equipo que en 1933 realizó una histórica campaña en la que peleó hasta último momento por el título con Boca y con San Lorenzo, al que vio varias veces en acción.

En la biografía que escribió Pablo Marosi –“El gran operador”, de Editorial Marea – también figura otra anécdota que sirve para entender ese vínculo inoxidable. “En la familia de René suelen contar que, apenas llegó a Estados Unidos, buscó la manera de enterarse de las noticias de su país y su ciudad y, especialmente, de su amado Gimnasia”, relata el autor para describir sus primeros pasos mientras empezaba a trabajar en la Cleveland Clinic Foundation en 1962.

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“Lo había entusiasmado la remontada del equipo en la parte final del campeonato de 1961 a partir de la llegada del entrenador uruguayo Enrique Fernández Viola. Faltando tres fechas para finalizar el torneo de ese año, el Lobo se había enfrentado en el Bosque con Racing Club, ya consagrado campeón, y lo derrotó por 8 a 1. Fue la mayor goleada en la historia profesional del club. Sin embargo, el comienzo del torneo de 1962 estuvo lejos de ser auspicioso. La derrota en el clásico con Estudiantes determinó el alejamiento de Fernández Viola. Después de un fugaz interinato de Eliseo Prado, el puesto fue asumido por Adolfo Pedernera y, faltando tres fechas, lo suplantó Ricardo Infante. En aquel certamen, que Favaloro intentaba seguir a través de las noticias de los argentinos que pasaban por Cleveland, Gimnasia conservó el invicto durante quince partidos consecutivos y se mantuvo en la punta casi hasta el final, pero un conflicto con varios de sus jugadores echó por tierra todas las expectativas”, amplía.

En esa entrevista con El Gráfico, Favaloro habló, además, de los jugadores que admiraba, de táctica, de entrenadores, de deportistas y de cuando practicaba básquetbol en su juventud antes de dedicarse de lleno al estudio de la medicina. “Mire, señor, tengo un problema. Yo vengo de una familia humilde, debo estudiar y trabajar, el tiempo no me sobra, así que voy a dejar de venir”, le dijo un día de 1941 a su entrenador Aníbal Tassara para comunicarle su deserción. “Hace muy bien, si yo hubiera hecho lo mismo, hoy sería abogado”, le respondió Tassara con simpleza, algo que quedó en su memoria para siempre.

La nota en El Gráfico de 1993, con Favaloro y la pelota

También jugó al fútbol de manera amateur y descubrió el tenis en Estados Unidos, después de haber practicado pelota a paleta mientras vivía en el campo en la localidad de Jacinto Arauz, en La Pampa, que entonces contaba con alrededor de 3.500 habitantes y donde desarrolló con entusiasmo su labor como médico.

De sus vivencias en aquel pueblito conservó la costumbre de vestir en invierno un poncho marrón que siempre lucía para visitar los entrenamientos o para ir a ver partidos al estadio Juan Carmelo Zerrillo, una de cuyas plateas fue bautizada con su nombre en 2008. Desde allí palpitó el partido final del torneo del Centenario en 1993 cuando Gimnasia fue campeón y también la frustración dos años más tarde cuando la derrota 1 a 0 frente a Independiente en la última fecha frustró al pueblo tripero de un título que parecía que no se le podía escapar.

En ese estadio ubicado en 60 y 118 se le rinden múltiples homenajes, como en el Museo que guarda la escultura que donó la familia Di Marco de la localidad cordobesa de Río Cuarto o en el Memorial ubicado en la entrada. También en La Plata hay escuelas con su nombre, como la 45 en la que transcurrió su primaria.

La platea techada del estadio Zerrillo que lleva el nombre del cardiólogo

Además, para conmemorar el centenario de su nacimiento también se multiplicaron los homenajes. Su imagen en la camiseta en el partido contra Boca, un cartel que se exhibió en todos los escenarios de la fecha 25 del fútbol argentino con el lema “Dale alegría a tu corazón”, un brazalete alusivo que usó el capitán del equipo y un mosaico que confeccionó Maru Pellati del Frente de Aristas Triperos, sirvieron para rendirle un merecido tributo.

Su estilo campechano, su humildad, esa tendencia a querer interactuar siempre con la gente de a pie, conquistó a todos los argentinos, más allá de los colores futboleros que él amaba. Racing, por ejemplo, confeccionó una enorme bandera que ondeó en el mástil del Cilindro también en ocasión del centenario.

El mosaico con la imagen de Favaloro en la cancha del Lobo y al lado el de Carlos Timoteo Griguol

También en esa nota de “El Gráfico” Favaloro muestra que más allá de sus estudios universitarios a él le gustaba usar un lenguaje simple y popular. Repetidamente utiliza el término “fulbo” y dice “cuadro” para referirse a los grandes equipos que lo fascinaron a través de la historia. Elogia al “Charro Moreno”, a José María Minella, al Burrito Ortega, al italiano Bruno Conti, a los holandeses Ruud Gullit y Marco Van Basten y al francés Michel Platini. Cuenta que era fanático de “Fútbol de Primera”. Distingue a Roberto De Vicenzo y a Juan Manuel Fangio como dos ejemplos inigualables en sus respectivos deportes. Y guarda un espacio para su admiración por Gaby Sabatini, aunque le señala que le haría bien “una transfusión de Aranxtza”, en referencia a la española Sánchez Vicario que brillaba en el tenis por su garra y su entrega física.

La nota en la que confesó que a Gimnasia lo llevaba en el corazón

Su pasión por Gimnasia lo acompañó hasta sus últimos días. Alguna vez en la Fundación que lleva su nombre tuvo que operar a un paciente fanático de nombre Leonardo que le comentó que llevaba hasta los calzoncillos con los colores de su club preferido. Le dijo que se quedara tranquilo y que todo iba a salir bien. Así fue y Leo recuerda esa conversación hasta hoy con una sonrisa. A los dos los unía la misma pasión: Gimnasia.

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