Mauricio Macri decidió aplicar una lógica empresarial a su partido político. En su rol de presidente del PRO, activó una suerte de “Chapter 11”: un proceso de reestructuración ordenada, que en lugar de buscar salvar a la empresa, apunta a achicar, contener daños y, llegado el caso, liquidar lo que queda con el menor costo posible. El fundador del partido amarillo no lucha por su supervivencia, sino por controlar su cierre. Como en los negocios: cuando el ciclo termina, lo importante es manejar el final con ventaja estratégica.
En la legislación estadounidense, el Chapter 11 (un proceso que evita la quiebra) permite que una empresa en crisis mantenga su actividad mientras reestructura su deuda y decide si continúa operando o se disuelve de forma ordenada. Esa metáfora, trasladada al plano político, describe con crudeza el estado actual del PRO. Ya no hay ambición de expansión, ni vocación por consolidar liderazgos nuevos. Sólo queda la administración del ocaso. Y Macri parece haberlo comprendido antes que nadie.
El ex presidente lo dejó en claro en un reciente Zoom con dirigentes nacionales del PRO: su horizonte ya no es la política partidaria, sino el mundo del deporte global. Su verdadera obsesión está en la FIFA. Allí, en el círculo rojo de Gianni Infantino, el expresidente argentino ve la oportunidad de una sucesión internacional que lo seduce mucho más que cualquier candidatura local. Fue una confesión inesperada para los presentes, pero coherente con sus últimos movimientos.
Mientras delega la marca amarilla en laderos, en acuerdos controversiales con el oficialismo libertario, Macri iniciaría el despegue del legado partidario. No le preocupa el éxodo de referentes ni el vacío ideológico. De hecho, lo propicia. Lo importante es evitar que el PRO se vuelva una carga. Por eso impulsa una alianza que licúe al partido dentro de La Libertad Avanza. Y por eso, también, deja que los moderados se vayan solos.
¿Chau chau Mariu?
La fractura ya no es una amenaza en el PRO. El reciente acuerdo entre el PRO y La Libertad Avanza en la Ciudad de Buenos Aires terminó de acelerar un proceso que venía en marcha desde que Mauricio Macri y Patricia Bullrich eligieron abrazar el modelo Milei. Y si algo faltaba para dejarlo en evidencia, fue la voz crítica de María Eugenia Vidal, una de las figuras más emblemáticas del partido.
«Di la discusión interna, pero no comparto esta decisión ni la voy a acompañar», dijo la ex gobernadora bonaerense en un video que no necesitó de eufemismos. Su rechazo a la alianza con los libertarios en CABA no es solo un testimonio personal: es la síntesis del malestar de una parte del PRO que siente que el partido perdió su identidad, su norte y —sobre todo— su autonomía.
Vidal no es la primera en marcar distancia. Antes lo hizo Horacio Rodríguez Larreta, quien abandonó la vida interna del partido cuando Macri y Bullrich blanquearon su apoyo a Milei. Y más recientemente emigró María Eugenia Talerico, que será candidata junto al MID en provincia de Buenos Aires.
Nos vemos en Disney
Lo que se está produciendo no es una simple fuga, sino un reacomodamiento ideológico. El sector que defendía un “centro liberal” dentro del PRO se enfrenta hoy a un dilema existencial: quedarse y aceptar una disolución paulatina en el aparato libertario, o reconstruir una alternativa desde afuera, quizás bajo nuevas siglas, pero con los mismos principios.
El mensaje de Vidal fue claro y firme: «No negocio mis convicciones. No vale todo por un cargo». Y fue también un llamado de atención para quienes aún dudan: quedarse en el PRO tal como está puede implicar renunciar a lo que el PRO alguna vez representó.
La exgobernadora aclaró que no será candidata, pero que seguirá trabajando desde la Fundación Pensar para intentar una renovación profunda del partido. Sin embargo, los gestos pesan más que las declaraciones, y su decisión de no acompañar el acuerdo electoral en CABA tiene efecto dominó. Otros saltarán en breve en busca de un destino mejor.
Referentes del rearmado
La situación es paradójica. El mismo partido que nació hace dos décadas para renovar la política, se enfrenta hoy a su propia crisis de identidad. Y la estrategia de «pegarse» a Milei —como se hizo en la provincia de Buenos Aires para derrotar al peronismo— ya no sirve como excusa en la Capital, donde el PRO tiene historia, cuadros y estructura.
En la práctica, el acuerdo con los libertarios en CABA implica entregar la conducción simbólica del espacio a un proyecto político ajeno, que desconfía del Estado, desprecia la planificación y alimenta la confrontación permanente.
La pregunta que sobrevuela es inevitable: ¿cuántos más seguirán el camino de Vidal? ¿Cuánto tardará en formalizarse un nuevo espacio que agrupe a los que se sienten huérfanos dentro del PRO? Si algo quedó claro esta semana es que la construcción de una “oposición constructiva”, como pide Vidal, no podrá hacerse bajo la sombra de un oficialismo libertario que no deja lugar a matices ni a disidencias internas.
La alianza de gobernadores que lideran Martín Llaryora y Maxi Pullaro, tiene también al gobernador Nacho Torres, y como articulador a Juan Schiaretti, que abrieron la puerta a que algunos de los heridos del PRO se sumen a sus filas en un rearmado lateral, dispuesto al debate para una tercera vía que contenga a los que escapan a los polos que separo la nueva vieja grieta.